Quiero pensar que no eras tan distinta –a mí-, o mejor, que
no eras tan como los demás. Quiero convencerme de que aunque le pedí al destino
que no te cambiara, sigues teniendo en alguna parte, muy al fondo a la
izquierda, algo no corrupto ni mancillado de la maldad y la vulgaridad del
mundo.
Pero hasta yo me sé corrupta. Más allá de la teoría
publicitaria de que todos somos un conjunto de lo que nos rodea, que aunque nos
la vendan, no tenemos individualidad alguna, y que somos una ensalada de
condimentos ajenos, cada vez me siento más lejos de mí misma, si alguna vez fui
algo en sí mismo.
Cuántas veces en los últimos meses me he resignado a la idea
tan común y estandarizada en estos tiempos de censurarme, todo sea por hacer lo
correcto, dicen. Últimamente lo correcto me ha parecido atractivo en una
confusa confianza en que me hará feliz, porque la gente normal suele serlo, ¿o
no? Y me quejo de la incomunicación que sufro con otras personas, hasta con las
que me importan, pero yo conmigo hace años luz que sólo encuentro
interferencias.
Me he fundido con el resto, he dejado de ser alguien en la
muchedumbre. He decidido renunciar a mi singularidad por la felicidad de lo
plural y lo corriente. Y en esa búsqueda, en esa esperanza vana y ciega, me
encuentro más perdida que nunca. Intento ser paciente, como si una voz me
dijera que esperara, que ya llegará, que este es el camino correcto. Que al
final, con el tiempo, como cuando nos decían que estudiáramos, que sacrificáramos
placeres efímeros por una recompensa permanente en el futuro, todo daría sus
frutos. La censura daría sus frutos. Y no encuentro nada. Vacuidad, falsa
comodidad y placebo, mucho placebo. Y en mi vuelta hacia mí misma me convenzo
de que como decía un conocido poeta del sur, prefiero antes sentir que ser una
piedra por la que el viento cruza, la lluvia cae, y el Sol alumbra. Prefiero
vivir. Aunque vivir conlleve dolor y placer en cortos espacios de tiempo, y
aunque no sea la rutina más recomendable de vivir, de tanta intensidad, siempre
al borde del fin total. Acabar siendo una desequilibrada, eso seguro, pero
auténtica.
Lo prefiero pero como me va a costar aplicarme el cuento.
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