viernes, 14 de junio de 2013

Algo que debó publicarse anoche

Creo que nunca he estado más perdida. He sentido sensaciones parecidas, sí, de encarcelamiento, de querer huir y no ser capaz, de sentirme en un bucle. Sí, sensaciones parecidas. Pero esto se acerca a lo más doloroso de la vida, a eso que es inevitable, que vemos que se acerca y que nos obliga a vivir en el doloroso presente en pos de evitar el aún más doloroso futuro.

Tengo también –por si fuera poco-, la sensación de que nunca más podré disfrutar de los momentos presentes, del instante, de que nunca sentiré felicidad completa, no sin pensar en el trasfondo en las cosas malas que han pasado, pasan y pasarán. No sin pensar en el “pero” de todo lo que sienta. Eso de “cualquier tiempo pasado fue mejor” nunca fue tan cierto, y nunca lo será tanto, porque creo que hasta haber pasado un tiempo, no valoraré mi presente.

Tengo un nudo en la garganta, de no poder llorar, de no sufrir algo completo y definido, de simplemente moverme en lo diáfano de lo indefinible. Tengo miedo de la vida, de que me dé cosas que querré olvidar y que no podré borrar. Porque ya he tenido bastante. Me niego a admitir que la vida es así y que vivir se compone de mantener el equilibrio en una fina cuerda de felicidad que a ratos te da estabilidad sobre las espinas de cada recuerdo innombrable.

No tengo miedo, tengo pánico, de que todo eso que no quiero admitir sea verdad. De que cada vez el porcentaje de buenos momentos se reduzca a la nada por culpa de la invasión mental que provocan los malos recuerdos. Tengo pánico de no poder controlarlo o de que simplemente sea así y yo sea incapaz de ver nada bueno en ello. ¿Cómo vive el resto del mundo? ¿Cómo vive alguien de treinta, cuarenta, o cincuenta años con todo ese pasado? ¿Cómo, si a mí me pesan tantísimo los últimos tres años?

Me falta el aire, el sustento





domingo, 17 de febrero de 2013

Crisis de identidades


Quiero pensar que no eras tan distinta –a mí-, o mejor, que no eras tan como los demás. Quiero convencerme de que aunque le pedí al destino que no te cambiara, sigues teniendo en alguna parte, muy al fondo a la izquierda, algo no corrupto ni mancillado de la maldad y la vulgaridad del mundo.



Pero hasta yo me sé corrupta. Más allá de la teoría publicitaria de que todos somos un conjunto de lo que nos rodea, que aunque nos la vendan, no tenemos individualidad alguna, y que somos una ensalada de condimentos ajenos, cada vez me siento más lejos de mí misma, si alguna vez fui algo en sí mismo.


Cuántas veces en los últimos meses me he resignado a la idea tan común y estandarizada en estos tiempos de censurarme, todo sea por hacer lo correcto, dicen. Últimamente lo correcto me ha parecido atractivo en una confusa confianza en que me hará feliz, porque la gente normal suele serlo, ¿o no? Y me quejo de la incomunicación que sufro con otras personas, hasta con las que me importan, pero yo conmigo hace años luz que sólo encuentro interferencias.


Me he fundido con el resto, he dejado de ser alguien en la muchedumbre. He decidido renunciar a mi singularidad por la felicidad de lo plural y lo corriente. Y en esa búsqueda, en esa esperanza vana y ciega, me encuentro más perdida que nunca. Intento ser paciente, como si una voz me dijera que esperara, que ya llegará, que este es el camino correcto. Que al final, con el tiempo, como cuando nos decían que estudiáramos, que sacrificáramos placeres efímeros por una recompensa permanente en el futuro, todo daría sus frutos. La censura daría sus frutos. Y no encuentro nada. Vacuidad, falsa comodidad y placebo, mucho placebo. Y en mi vuelta hacia mí misma me convenzo de que como decía un conocido poeta del sur, prefiero antes sentir que ser una piedra por la que el viento cruza, la lluvia cae, y el Sol alumbra. Prefiero vivir. Aunque vivir conlleve dolor y placer en cortos espacios de tiempo, y aunque no sea la rutina más recomendable de vivir, de tanta intensidad, siempre al borde del fin total. Acabar siendo una desequilibrada, eso seguro, pero auténtica.



Lo prefiero pero como me va a costar aplicarme el cuento.